El último domingo de cada mes un grupo de amantes de las palabras y el río nos juntamos en la Bibliolancha de la Biblioteca Santa Genoveva del Arroyo Felicaria y nos vamos a escribir a los Bajos del Temor. Allí el río nos mece mientras escribimos

lunes, 16 de mayo de 2011

Cuento


            EL día amaneció extraordinariamente gris y frío. El hombre abandonó la ciudad camino al último refugio. Hacía frío y el cuerpo entumecido escalaba la piedra. Ese invierno era el más crudo que él recordara. Aquel hombre sexagenario hacía 30 años que transitaba esa montaña. Siempre con la misma sensación; que alguien lo observaba a la distancia. Al principio temeroso de ello, luego, el tiempo llevó a ignorarlo.
            Pero esa vez el aire olía diferente. Algo. Algo se acercaba. Los movimientos precisos y cuidadosos buscaban asegurarse.
            Su mano se afirmaba de aquella piedra saliente mientras los grampones de sus pies se clavaban en el hielo. Otro olor. Algo olía. Y lo vio. Ahí estaba y de ahí que retrocediera presa del pánico repentino, dejando su cuerpo colgado del abismo. Sostenido por su arnés, como un péndulo, cortaba el aire del espacio. Y esos ojos que lo observaban. En ese ahora lo miraban. Lo acechaban. Solo ellos: el hombre y la criatura. Su rugido lo estremeció. Ese que escuchó tantas noches merodeando la casa. En ese momento, el hombre, merodeaba la suya. ÉL era la presa. El puma, agazapado simplemente esperaba el momento del ataque. Solo era cuestión de tiempo. El hombre seguía meciéndose, sabiendo que cuando dejara de hacerlo sería la presa.
            A medida que el crepúsculo iba avanzando hacia su fin, el hombre iba sintiendo más ávidamente el deseo de ver brotar las llamas de una hoguera y así se entrego a la muerte.

                                                           Escrito en los bajos, 15/05/2011
                                                           Cecilia Dumrauf

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