El último domingo de cada mes un grupo de amantes de las palabras y el río nos juntamos en la Bibliolancha de la Biblioteca Santa Genoveva del Arroyo Felicaria y nos vamos a escribir a los Bajos del Temor. Allí el río nos mece mientras escribimos

martes, 17 de mayo de 2011

Día gris


El día amaneció extraordinariamente gris y frío. El hombre abandonó su casa, pensó en su madre sin saber porqué. Iba hacia su trabajo de maestro en una lejana escuela de la Isla Martín García. Se encontraría con sus compañeros. Subirá al helicóptero, será un día más, largo, cansador; pero amaba su vocación.
Al atardecer cuando vuelva, el abrazo de su mujer, el perfume de su pequeño bebé sobre su piel lo calmarán y pasará la angustia ¿angustia? ¿de qué?
El viento es fuerte, anuncia temporal, tal vez marea…
El helicóptero viaja rápido, el paisaje del Delta llena sus ojos, acaricia su alma. El ruido del motor suena monótono en sus oídos, sus ojos se cierran, cree dormir…
De pronto … algo sucede, los ruidos cambian, ramas rotas rozan el aparato, el río cercano se mueve enloquecido, se siente fuera de sí como si retrocediera presa de un pánico repentino. Ya no hay paisaje… sólo retazos, dolor.
La costa recibe el triste desenlace de un viaje sin llegada.
Lejos en la ciudad, un niño, una esposa, una madre viven ajenos al dolor que los inundará en unas horas.
Un perro cabizbajo que merodeaba por ahí, mudo testigo, se acerca, ventea. La escena desolada se dibuja en sus ojos. Lagrimea.
A medida que el crepúsculo iba avanzando hacia su fin, el animal iba sintiendo más ávidamente el deseo de ver brotar las llamas de una hoguera para alejar la muerte.

Malena

lunes, 16 de mayo de 2011

Cuento


            EL día amaneció extraordinariamente gris y frío. El hombre abandonó la ciudad camino al último refugio. Hacía frío y el cuerpo entumecido escalaba la piedra. Ese invierno era el más crudo que él recordara. Aquel hombre sexagenario hacía 30 años que transitaba esa montaña. Siempre con la misma sensación; que alguien lo observaba a la distancia. Al principio temeroso de ello, luego, el tiempo llevó a ignorarlo.
            Pero esa vez el aire olía diferente. Algo. Algo se acercaba. Los movimientos precisos y cuidadosos buscaban asegurarse.
            Su mano se afirmaba de aquella piedra saliente mientras los grampones de sus pies se clavaban en el hielo. Otro olor. Algo olía. Y lo vio. Ahí estaba y de ahí que retrocediera presa del pánico repentino, dejando su cuerpo colgado del abismo. Sostenido por su arnés, como un péndulo, cortaba el aire del espacio. Y esos ojos que lo observaban. En ese ahora lo miraban. Lo acechaban. Solo ellos: el hombre y la criatura. Su rugido lo estremeció. Ese que escuchó tantas noches merodeando la casa. En ese momento, el hombre, merodeaba la suya. ÉL era la presa. El puma, agazapado simplemente esperaba el momento del ataque. Solo era cuestión de tiempo. El hombre seguía meciéndose, sabiendo que cuando dejara de hacerlo sería la presa.
            A medida que el crepúsculo iba avanzando hacia su fin, el hombre iba sintiendo más ávidamente el deseo de ver brotar las llamas de una hoguera y así se entrego a la muerte.

                                                           Escrito en los bajos, 15/05/2011
                                                           Cecilia Dumrauf